4 de mayo de 2012

Recuerdos Gerónimo Barbadillo "El Patrulla"


Artículos a destiempo sobre jugadores extraños. Lo hacía un poco por tocar los huevos, aunque últimamente creo que ya ni lo consigo, y son mi marca de fábrica así que ahí va. Gerónimo Barbadillo, el Patrulla. Cromo tirando a icónico por lo suyo en el Perú y el en el Avellino imprevisible de los primeros ochenta. Patrulla. Su apodo nació de millones de peruanos vomitando televisión de derribo y su leyenda de balancearse con delidadeza por la línea que tensa el carril del ocho. Con la franja peruana, en México lindo y querido o con la verde del lobo irpino.

Hubo un tiempo en que insulté, yo sólo y voz en grito frente al ordenador como hacen los deficientes, a los que escriben sobre futbolistas que nunca han llegado a ver en vivo y en directo. ‘Eh!, que yo también lo hacía, pero con mesura, no como esos astutos practicantes del panegírico sobre sombras. Hoy reconozco que me equivocaba. De tanto comer fútbol, por el empacho de la actualidad, me ha apetecido contar sobre el negro del afro que regateaba jugadores más ricos que él en el calcio 80. De una sombra que está sentada, tomando mate, en el hemisferio derecho de mi cabeza. Como nunca le he visto contaré como se cuenta en la barra de un bar a no se sabe ni que hora. Será insuficiente e inconexo y si lo leen así les hará más gracia.

A Barbadillo le llamaron Patrulla, apodo que le hubiera sentado mejor a algún carnicero de los que juegan con el dos en la espalda. Y todo porque se dejó el afro. La tele setentera del Perú escupía sin desmayo las andanzas seriales de tres policías mercenarios, aquello se llamaba Patrulla Juvenil y uno de los protagonistas era un negro con más rizos que Julius Erving. Dos más dos son cuatro. Y ahí arrancó el Patrulla, en Sports Boys del Callao para regatearse al mundo y acabar triunfando en Deportivo Lima y luego mucho, muchísimo más, en la U de Nuevo León. Después Italia.

Me cae bien el Avellino por lo mismo que muchos otros equipos de medio pelo que sólo han remontado la ola en un par de ocasiones. Son como el Oviedo. Los lobos además juegan de verde, color de camiseta precioso y ennoblecido desde el día que molestó en la narración a algún comentarista imbécil, tienen un estadio tipo bañera lleno de italianos del sur y han desaparecido del mundo tras unos años de dulzura moderada en la cima. Tenían también a dos negros eléctricos, Juary y Barbadillo. Qué coño, me cae muy bien el Avellino.

Aparte de por vestirse de indio apache para un anuncio de los que se hacían cuando la canción del Cola Cao no molestaba a nadie, Barbadillo dejó su sello en la liga italiana. El Patrulla llegó a una ciudad destrozada por el terremoto que sacudió la Irpinia en el 80 y la reconstruyó ladrillo a ladrillo al menos en lo futbolístico. Regate aquí, regate allá y diez goles que fueron oro en las tres salvaciones consecutivas del club. Mágico en el Cadiz, ya saben. Luego se fue al Udinese y allí sigue entrenando a los juveniles que un día colocará Quique Pina en cualquier equipo del infra español. Bueno allí en Udine, y en los recueros, inventados y pajeros, de algún farsante como yo.